dissabte, 30 de juliol del 2011

PER QUÈ LECTURA?

La lectura d'un article de l'escriptora Espido Freire m' ha obert una escletxa en allò que ningú pot explicar sobre el plaer de la lectura. Reconec que només he llegit un dels seus primers llibres , Melocotones helados ,i em va semblar que apuntava formes de bona escriptora però que no és mereixia ser premiat. Casualment, aquest article d' una revista que he devorat encantada m'ha arribat a mi mateixa, m'ha impressionat per la seva captació de percepcions infantils seves i alienes i la forma tan encertada d' explicar com es consumeix una felicitat tan solitària i personal.



NIÑOS FELICES
Los niños que leen mucho no son, por lo general, niños felices. La naturaleza los ha hecho gorditos, o miopes, o tímidos, y hasta que no llegue su transformación, se sienten patitos feos y llenos de imaginación. Otras veces no les gusta el mundo en el que viven, demasiados gritos, o poco cariño, o una persona querida ausente, o unas calles grises y hostiles. Han nacido solitarios o cuando siu padres eran demasiado mayores, no poseen hermanos con quienes comapartir juegos, o ya en ellos alienta ese alejamiento que acompaña a algunos seres humanos a lo largo de los años y que los aleja de los otros.
Los niños mimados por la fortuna, los que brillan por sí solos, los que pueden permitirse eleir amigos y no tiene que crearlos de la nada, se pierden, a cambio de su suerte, entrar en el otro hemisferio invisible del papel. En ocasiones, incluso ellos caen presas del encanto de las historias, pero suele ser cuando rozan la desgracia, cuando padecen una larga enfermedad o cambian de ciudad o de colegio y su encanto flaquea.
Yo, que recuerdo una infancia lluviosa pero risueña, llegué a los libros porque el mundo no me parecía suficiente, y porque desde que aprendí a hablar deseaba vivir todas las existencias posibles. También, supongo porque el asma, la alergia, la garganta y los pulmones débiles me obligaban a pasar ccasi todos los fines de semana en cama.
Nadie, por mucho que se diga, puede hacer feliz a un niño si en su destino, en su carácter o en sus genes se ha inscrito de otra manera. El amor puede transformar tantas cosas, no siempre sirve para cubrir los huecos necesarios, y una de las más terribles lecciones de la existencia consiste en aprender que la alegría no es una cuestión de suerte, sino que ha de obtenerse a fuerza de voluntad y de cerrar los ojos frente a la desgracias, que hacen falta recursos y bastones en los que apoyarse cuando flaquea el ánimo.
No puede enseñarse ni transmitirse la felicidad, pero sí es posible entregar armas con las que enfrentarse a la vida, en los que los sueños se caen o en los que la realidad se hace tan presente, tan cruel, que hace falta escaparse hacia otra dirección, y una de ellas, la más fiel, la más discreta, la que más años puede acompañar a una persona, es la lectura. No importa a qué dificultades se enfrente: un niño con un libro entre las manos resulta invencible.